Rita tiene 28 años. Cuando tenía diez, su padre recibió en un asalto una bala en la columna vertebral. Desde entonces, está inválido y se desplaza en silla de ruedas. ¿El culpable? Gastón, adicto a las drogas, 16 años, formaba parte de una banda de ladrones.
“Estuvo internado y ahora está preso, pero igual nunca lo pude a perdonar. En cambio, mi papá sí lo perdonó. Cree en Dios y acepta su situación. Yo no puedo aceptar su sufrimiento. Es demasiado injusto. Suena delirante, yo sólo era una niña cuando todo ocurrió, pero a veces me siento culpable por no haber sido capaz de evitar lo que pasó: yo estaba ahí”.
¿Cómo puede Rita perdonar lo que parece imperdonable, cuando todo en ella está teñido por la cólera, el sufrimiento, el profundo sentimiento de injusticia?
Para encontrar el camino de la paz interior, Rita debe reconocer su impotencia frente a la desgracia del padre y aceptar plenamente su cólera. La psicoanalista Alice Miller escribió: “El verdadero perdón no pasa al costado de la cólera, pasa por ella”. Esa cólera es legítima, y su expresión tiende a que Rita libere su sentimiento de impotencia. El perdón supone una gran fuerza y es el resultado de un poder infinito basado en el amor.
“Para sentirme viva, encontrar la paz, perdoné -cuenta Isabel, 37 años, abusada por su padrastro cuando era adolescente-. Porque seguía sufriendo. No me quería y sabía, de algún modo, que si seguía teniéndole bronca, nada iba a cambiar en mi vida”.
Desde hace ya bastante tiempo, muchos psicoterapeutas proponen el perdón como un momento importante de la terapia. Para ello, no se necesita tener fe. El nuevo perdón se practica, en primer lugar, para uno mismo. Es pragmático, cotidiano, interior. Por otro lado, puede trabajarse solo. Es un antibiótico que permite anular el efecto de una bacteria llamada autocrítica, enjuiciamiento, rencor o culpabilidad, todos sentimientos que pudren nuestra vida.
Perdonar no es validar ni excusar. No es pretender que todo anda bien y apretar los dientes. Lo importante no es saber si lo que nos hicieron está bien o mal, si el “culpable” merece ser castigado o no. Lo que cuenta es perdonar por nosotros mismos para finalmente ser felices.
Imágenes de perdón de amor
Las 6 etapas en el proceso de aprendizaje del perdón
Suzanne y Sydney Simon, una pareja de terapeutas norteamericanos que coordinan talleres sobre el perdón, distinguen seis etapas en el proceso del aprendizaje del perdón:
Primera etapa: tomar conciencia de que sentimos dolor
“Durante mucho tiempo tuve la sensación de que todo andaba bien -recuerda Sebastián, 33 años, artista plástico-. Ni siquiera me daba cuenta del dolor que me había producido el abandono de mi padre cuando tenía 7 años. Racionalizaba: lo defendía, acusaba a mi madre de no haber sabido retenerlo. Al pintar un cuadro de un corazón atravesado por un puñal, del cual emanaba una sangre muy oscura, surgió así, de golpe el sufrimiento que había padecido en ese entonces”.
En efecto, para ser consciente del propio dolor, es necesario sentirlo. Pero, para evitarlo, desarrollamos miles de estrategias: olvidamos, racionalizamos, negamos.
“No recuerdo nada -cuenta Julia, 24 años, estudiante de veterinaria-. Tenía 19 años, tomaba clases de física con un amigo de mis padres. Una noche, en ausencia de ellos, al acompañarlo a la puerta, trató de abrazarme. Le pedí que se fuera y después no me acuerdo de nada más. Cuando mis padres volvieron, me encontraron tendida en el suelo, desmayada. El informe médico confirmó que había sido violada, pero no lo recuerdo. Eso fue hace cinco años. Actualmente, cuando tengo relaciones con mi marido, surgen imágenes confusas, angustiantes”.
“Olvidar es uno de los métodos más eficaces de supervivencia”, explica Sydney Simon. “Cuando el suceso es muy insoportable para nuestra conciencia, elegimos eliminarlo, pretendemos que nunca tuvo lugar… Hasta que seamos capaces de manejarlo”. Salir de esta etapa es difícil, ya que nos provee una cierta sensación de confort. Podría haber sido peor. Es historia pasada. Me hizo ser más comprensiva con los demás… son frases que nos repetimos para continuar funcionando. Pero la ignorancia va acompañada de una anestesia general: cuando “dormimos” una emoción corremos el riesgo de adormecer todas.
Segunda etapa: dejar de culparnos
“Cuando mi marido y yo nos separamos, fue muy violento -dice Silvia, 54 años, secretaria ejecutiva-. Me fue infiel y no lo soporté. Me agarró una crisis de nervios y nos peleamos a los golpes. Con mis 50 kilos, las ligué todas… Fue mi culpa, no debería haber hecho un escándalo. Después de todo, desde hace años ya no me gustaba tanto tener relaciones con él y entiendo que haya ido a buscar afuera”. “Culparse y sentirse responsable de lo que nos pasa es un buen método para creer que uno controla la situación”, analiza Suzanne Simon.
“Mis padres tomaban muchísimo cuando yo era chico -confiesa Diego, 43 años, comerciante-. Sobrios eran personas macanudas, originales, divertidas, amables, los mejores padres. Pero, con alcohol, se volvían locos. Se caían por la escalera, nos gritaban por cualquier cosa. Se olvidaban de irnos a buscar a la escuela o nos dejaban durante horas en el coche delante de un bar. Crecí con la idea de que, si me hubiera ido mejor en la escuela, ellos habrían dejado de tomar”.
Es imprescindible salir de esta etapa porque alimenta conductas auto destructivas. Aquél que está convencido de que si hubiera hecho esto o aquello la situación se hubiera mejorado, es prisionero de su propio pensamiento. La verdad es que si hubiera podido -o sabido- hacer algo distinto, lo habría hecho. “Autoculparse es uno de los más poderosos destructores de la autoestima”, confirma Sydney Simon.
Tercera etapa: salir del rol de víctima
Esta fase es la más dolorosa. Grande es la tentación, aseguran los integrantes de los talleres, de detenerse en esta etapa o volver para atrás.
“Durante mucho tiempo me mantuve en el rol de víctima -reconoce Isabel-. Mi padrastro me había violado y era el motivo por el cual a mí me salía todo mal. Una linda excusa para no hacer nada. Me quedaba horas, en la oscuridad, a llorar sobre mi destino”.
¿Cómo me pudieron hacer semejante cosa? es el dicho privilegiado de la eterna víctima. “En esta etapa, deben hacerse responsable de los cambios. Muchos huyen. Es una etapa antipática, pero es necesario pasarla, si no la sanación y el verdadero perdón no se producen”, constata Sydney.
Cuarta etapa: expresar la indignación, la cólera
“Mis padres me arruinaron la vida -retoma Diego-. Su alcohol de porquería era más importante que nosotros. Nos destruyó la infancia. Les tenía tanto rencor que no podía verlos sin tener ganas de trompearlos”.
Esta fase es el eje de la sanación ya que permite expresar la cólera y transformar, con la ayuda de alguna terapia, esa energía en motivación.
“Fue la fase más difícil -sigue diciendo Diego-. Como los dos, además, eran muy pasionales y coléricos, no podía encontrar en mí mismo los recursos para expresar ese sentimiento de un modo constructivo. Traté, durante mucho tiempo, de esquivar mi enojo”.
“La cólera nos pone en contacto con nuestro sufrimiento”, comenta Suzanne Simon. “Y reconocerla, nos permite medir cuánto amamos a las personas que nos han herido. No es raro que en esta etapa los pacientes tengan un despertar espiritual y vivan un amor universal insospechado”.
Quinta etapa: confrontarse con el otro
“Extrañamente, esta fase es opcional”, previene Sydney. “En algunos casos, es esencial. En otros, no es necesaria. Como el perdón es un proceso que uno hace para sí mismo, la confrontación con las personas implicadas no es una obligación. La recomiendo cuando la comunicación ha dejado de existir”, afirma Simon.
“Mi padrastro se estaba muriendo y quería hablar con él antes de su muerte -prosigue Isabel-. Cuando entré en su cuarto, me encontré con un viejo. Le pedí a mi madre que nos dejara solos. Le dije que recordaba lo que me había hecho y que estaba en un camino de perdón. Quería darle la oportunidad de una explicación. Me contestó que él también la había buscado y nunca pudo perdonarse. Sentí pena por él, y recé por su alma”.
Sexta etapa: el pedón o como perdonar
Isabel se pregunta: “¿Cómo sé que perdoné? Es difícil encontrar las palabras exactas… Me siento más libre. Mi corazón no se cierra cuando escucho hablar de violaciones. Por el contrario, me siento orgullosa de haber logrado algo muy difícil, es como admitir que existe, en algún lado, una lógica que ignoro. Me volví más espiritual”.
Silvia: “Para mí, perdonar es olvidar en el buen sentido del término. No olvidar lo que aprendí. Olvidar para poder amar como si jamás me hubiesen lastimado. Volver a encontrar el amor incondicional e intacto que tenía por los seres humanos antes de que me hiciera daño una persona en particular. Esto no quiere decir que me dejaré maltratar de nuevo. Actualmente, estoy en pareja, con un hombre que me inspira una gran confianza, segura de que no me traicionará ni me golpeará como mi ex marido”.
Diego: “Mis padres hicieron lo que pudieron. El hecho de tomar no tenía nada que ver con nosotros. Hoy, me digo que fue su ignorancia la que nos dañó, no su maldad”.
Julia: “Como no recordaba la violación, mi trabajo consistió en perdonarme a mí misma por encontrarme en esa situación, por no acordarme de nada, por traumatizar a mis padres, etc.”.
Tarjetas de perdón
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